4 de febrero de 2012

EL CUENTA HISTORIAS


© Margarita Carro González

Marcos llevaba seis meses y un día sin inspiración, desde que vio pasar por la calle mayor, camino del cementerio, el catafalco con los restos de su amada Leonor. Desde aquel día su vida se había quedado vacía, era como si su alma se hubiese ido con su amada.
Todos los días salía del covachón que le servía de morada. Un lugar lúgubre, medio desconchado, sin ventilación, era su último refugió desde que no tenía inspiración.
Marcos era el segundón de una rica familia blasonada. El primero era el heredero, el segundo el destinado a la clerecía y, en este caso, no hubo más que cinco hermanas a las que hubo que dotar. Por lo que el peor parado fue Marcos, que sin comerlo ni beberlo se vio en el seminario de Astorga, donde aprendió a escribir y el significado de la palabra hambre en todas sus definiciones. Para evadirse de ella comenzó a divagar su mente en historietas en las que se imaginaba recorriendo otros mundos y desempeñando otros trabajos. Nunca sabremos si tales historias hubieran sido dignas de alabanza, pues nunca pasaron al papel.