2 de junio de 2013

BROMAS LABORALES

© Daniel Alejandro Trebilcock Tamayo

    Ubicada en la periferia de la ciudad, un lugar un tanto desolado y al que solo llegan algunas personas, se hallaba la factoría Prentiss.

   Allí, Laurent Matta, uno de sus empleados, terminaba con satisfacción y cansancio el día laboral. Preparando lo necesario para partir, se dispone a dar inicio al tan merecido y anhelado descanso.
     Apaga el sistema dispensador y lo desconecta de la toma eléctrica para más seguridad. Cierra válvulas, verifica barómetros y activa el regulador automático que con suerte cumplirá a cabalidad con el cuarenta o cincuenta por ciento de las funciones cotidianas que se le asignan. Apaga las luces, se quita el incómodo overol y el casco y lo pone en una canasta de plástico para dirigirse a la zona de casilleros.

     Por el camino hace un reparo mental de lo necesario para marcharse:
     «Llaves del auto, de la casa, del casillero, billetera… Todo en orden» Se dice a sí mismo.
    Y como quien quiere agilizar el proceso, se repite varias veces en voz alta: «Estoy exhausto, necesito descansar. La cama me espera. La cama me espera».
Recorriendo los recovecos de la fábrica, se escuchan voces con amabilidad despidiéndose unas de otras. Mas pareciera a veces que pudiera ser de otros niveles ajenos al suyo, porque rara vez ve a más de una persona deambulando por los vacíos pasillos que se encuentran en el recorrido hacia los lockers.
    Hallándose ya en la zona deseada y acompañado por el zumbar de averiadas bombillas de neón, descarga la pesada canasta.
    Del bolsillo derecho de su pantalón retira la llavecita y la introduce en la pequeña cerradura. Gira a la derecha, gira al a izquierda, oye el traquear y zas, ya está abierta.
Recoge del piso la canasta y toma el pesado overol reparando en doblarlo con meticulosidad. La inspección matutina no da tregua y su atuendo tiene que estar, aunque no limpio en su totalidad, al menos presentable.
Se deshace de las pesadas botas y las cambia por cómodos mocasines ubicados en el interior del contenedor. Saca también su chaqueta y se la pone de inmediato. Soltando una pequeña risa se dice en voz baja:
     No sé cómo hacen esas ratas roe cables para sobrevivir en una noche tan fría como está
    ¡Hacemos ejercicio!—Contestó una voz al final del cuarto— ¿O acaso tienes una idea mejor para no morir de hipotermia?—Volvió a decir.
    Laurent sintió un pequeño escalofrío, pero con voz un tanto temblorosa y notablemente irónica replicó: 
    —Sí, sí. Muy chistosos muchachos, ahora las malditas ratas hablan. ¿No pudieron pensar en algo mejor? Por favor les ruego no insulten mi sentido común.
     La voz soltó una risotada y el sonido se fue alejando, a medida que solo se escuchaba un pequeño eco del sonido inicial.
     Matta no dudó en acercarse al lugar de donde creía provenía la voz y con valentía pero con cautela empezó a buscar el menor indicio de actividad humana, ya que era común que compañeros de trabajo se ensañaran durante un tiempo contra alguien en particular solo para jactarse al otro día de su elaborada broma.
     Después de haber escudriñado los rincones del cuarto y los corredores aledaños, se detuvo en una esquina. Justo en la intersección de dos tubos que contenían parte del cableado eléctrico, divisó un altoparlante por el cual se emitían mensajes a determinado grupo de empleados durante el día y se anunciaba el inicio y termino del día laboral.
    Con satisfacción detectivesca observó el artefacto, sonrió y se propuso a seguirle el juego a sus pilatunezcos compañeros.
      Era bien conocido por Laurent y casi todo el personal, que el gran recinto de trabajo(como muchos otros de su clase) estaba vigilado por un circuito de cámaras de seguridad y que dicho mecanismo de protección, tenía una central de mando desde la cual se monitoreaba todo lo que ocurriese las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana.
La central estaba a disposición de los trabajadores, solo de forma tal, que por cada semana del mes se distribuyera su cuidado entre el total del número de trabajadores de cada nivel de la fábrica. Era un método ideado por los altos directivos para enfatizar su política de seguridad colectiva anti riesgos laborales. Política para disfrazar de buenas intenciones el gran recorte económico y de personal que se venía imponiendo en la compañía.
     Teniendo claro esto, se iluminó su pensamiento y optó por dar inicio a su nueva «contra chanza».
     Para no delatarse, y sin mirar fijamente a ninguna cámara, emprendió camino hacia la central, caminando preocupado, dubitativo; asomando su cabeza en cada esquina.
     Las voces seguían hablándole y el solo optó por taparse la boca con las manos en mímico gesto de asombro, solo para disfrazar sus risitas conspirativas. Hasta hubo un momento en que para darle más vistosidad a su acto teatral, se quito los mocasines y empezó a andar en puntitas.
     Sin importar qué tan cerca estuviera de cada altoparlante, la voz parecía provenir siempre del que estuviera a la vuelta del pasillo. Cosa que para Matta era muy fácil de prever ya que cada altoparlante poseía autonomía de funcionamiento y se podía prescindir del uso en masa del sistema, si se manipulaba de una forma adecuada.
     Durante su fingida caminata, recordó que existía un elevador adicional al que se utilizaba para el transporte de personas y que, por ser el de carga de materiales de desecho, no tenía instalado ningún dispositivo de vigilancia.
     Se dirigió al lugar del transporte de carga, realizando las mismas payasadas con las que estaría engañando anteriormente a los otros operarios. Habiendo una vez llegado, pudo al fin descansar. Sus pies le dolían y ya esto había pasado de ser más que una broma que se quiere devolver, a una amistosa venganza.

     Estando metido en el elevador, fue cuando volvió a escuchar la voz:
    ¿Pero dónde te has metido? ¿Acaso ya no quieres jugar con nosotros? —dijo en tono siniestro.
«Pero qué crueles que pueden llegar a ser», dijo Laurent para sus adentros.
    Sal de donde estés. No quieras lastimarte —dijo advirtiendo  la voz—. No quieras lastimarte —repitió en amenazante canto.
     A estas alturas ya se encontraba un tanto nervioso. Seguramente esta había sido una de las chanzas más macabras a las que hubiese estado sometido.
     Durante el trayecto, que por ser en esa clase de elevador se hacía en el doble de tiempo, tenía que idear un plan. Aprovechó los restos de empaques y vestigios de alguno que otro material y elaboró para sí un disfraz improvisado. Un tanto ridículo. Pero su intención era salir corriendo hasta la sala de mando y tomar por sorpresa al que estuviera ahí, ahuyentándolo con gritos y alaridos.
     Estando en el piso doce, se abrieron las puertas de su transporte. Era su momento. La hora del desquite. Con ira, pero con la plena certeza de que al día siguiente se iba a mofar a más no poder de sus burlones amigos, emprendió carrera. Ni él mismo tenía idea a qué se parecía con todo eso encima. Conforme corría, partes de su armadura de basura se iba cayendo. Atravesó la puerta y por poco recibe en la cara la devuelta del portazo. Se preparó para gritar como nunca antes. Con todas las fuerzas de sus entrañas. Tomó la mayor cantidad de aire posible y…Cuando lo fue a hacer, quedó mudo. Tal vez el agite. Tal vez el cansancio. Tal vez porque encontró tres cuerpos semidevorados a mordisquitos y miles de pequeños ojos rojos centrados en él. Pero más fue su pavor, cuando notó que en la pared estaba escrito en tinta sangrienta: «jamás acabaran con nosotros». Y ahí si se escucharon los gritos. Los más desoladores que esas cuatro paredes hubiesen presenciado. Tan solo al otro día, hasta el arribo de algunos trabajadores, se conoció el catastrófico hecho.
     Rodeada por cintas amarillas que consignaban «no pase» y con un cubrimiento policial y periodístico enorme, la fabrica lloraba la pérdida de varios de sus trabajadores. Inmediatamente en las noticias locales del medio día se podía escuchar a los comunicadores anunciar la trágica noticia:
     «El día de hoy, a las siete de la mañana, fueron encontradas muertas cuarenta y tres personas en las inmediaciones de la manufacturera Prentiss. Al parecer el descontento de uno de sus trabajadores por la fumigación con pesticida anti plagas y la posible ingesta de este letal veneno, llevaron a uno de sus integrantes a asesinar inmisericordemente a cuarenta y dos de sus compañeros, para posteriormente quitarse la vida. El asesino, que portaba un perturbante disfraz, al parecer de una secta satánica, era conocido por el nombre de Laurent Matta. El cómo y el por qué de los hechos está siendo investigado por las autoridades competentes.
     Estamos con el director de investigaciones, Coronel James Martin, quien nos va a explicar las acciones a tomar…»

  

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