28 de enero de 2013

30 EUROS Y A CORRER

© Oscar Malvicio 

    Andaba por el centro de Guadalajara, en dirección a la agencia tributaria, por la mañana, iba tarareando un tema de Sabina y estaba nervioso por la resaca, y también porque no sabía el número de tributos que me iban a meter. Anduve un buen rato buscando el sitio, y lo encontré. Una vez dentro, me hicieron sacar un ticket con un número, me senté y esperé mi turno.
    A la media hora salió mi número, me levanté y fui hacia la mesa indicada. Puse mis papeles encima de la mesa y la tía me pidió el DNI, se lo di, y empezó a teclear.
    —Le sale a devolver 30 euros, señor  Cirio —me dijo.
    —Vale, verá —le dije—, hay cierto dinero de un piso que me han devuelto, porque me di de baja antes de que lo construyeran, y quisiera declararlo también.
    —Ah… bueno… —titubeó—. ¿Sigue usted en ese piso?
    —Nunca he pisado ese piso, señora.

    —Oh, o sea…ya no vive en él.
    —Nunca he vivido en él, señora.
    —Entonces, ¿estuvo pagándolo y dejó de hacerlo?
    —Sí, me di de baja antes de que lo hicieran, ahora me están devolviendo lo que pagué por la entrada.
    —Hummm… espere un momento por favor.
    La tía se levantó y se fue a otra mesa; estuvo hablando con otra chica un rato y al cabo de otro rato vino.
    —Señor Cirio, usted debió declarar ese dinero hace dos años… ¿sabe?
    —Vaya…hace dos años no me habían devuelto nada, me lo han devuelto este año, señora, y no todo todavía, he venido a declarar la parte que me han devuelto.
    —Ya pero usted dejó el piso hace dos años, por ley debió declararlo en 2010.
    —Ya, señora pero por ley, si a mí no me devuelven nada, yo no tengo con que pagar, ¿me entiende usted, señora?
    —Bueno, yo que usted  —siguió— contrataría a un gestor para que le llevara el asunto.
    —¿Cuánto me ha dicho que me devuelven, 30 euros?
    —Sí, señor.
    Firme para que me ingresaran los 30 pavos y me largué de allí cagando leches pensando en aquellos carteles del Oeste: “SE BUSCA”, con mi cara de gilipollas con barba rala en el centro; me metí en un bar.
    Cuando salí de aquel bar era de noche, aunque no del todo, pero ese maldito manto negro empezaba a cubrir las calles rápido y eficaz, como Hacienda, y algunas farolas empezaban ya a parpadear remolonas al suave viento de la ciudad más aburrida de España.
   Decidí irme de putas.


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