© Mar Vinat
La agente de la
policía científica entró en la habitación, donde ya se encontraba
uno de sus compañeros. En la cama estaban los cuerpos de una mujer
que rondaría los cuarenta abrazada a un bebé que seguramente no
tendría dos años. Parecían dormidos.
―Creo que está
bastante claro que es un suicidio ―dijo el agente―. Un vecino
alertó sobre un fuerte olor a gas, los bomberos han encontrado esas
dos bombonas de butano de ahí con el regulador abierto y las gomas
cortadas. Tanto la puerta como la ventana estaban cerradas y con
toallas tapando cualquier posible rendija, además la mujer tenía en
la mano lo que parece una carta de suicidio. En cuanto llegue el
forense y lo confirme podremos irnos a comer ―dijo, tendiéndole la
carta para que la viera.
Diana tomó el papel
y se quedó mirando los cuerpos, pese a llevar años en el oficio la
visión de niños sin vida no dejaba de producirle una inmensa pena.
En este caso, ¿qué podía haber llevado a esa mujer a hacer algo
semejante? Comenzó a leer:
A quien
corresponda:
A nadie se tiene
que acusar de mi muerte ni de la de mi hijo más que a mí misma. Me
encontrarán en la cama, abrazada al ser que más amo en esta vida.
Siempre he
tenido un don (una maldición en realidad): a veces tengo visiones y
veo el futuro. He visto rostros desfigurados de jóvenes brutalmente
asesinadas que días después han aparecido en los periódicos. Me he
visto caminado entre escombros de casas derruidas por terremotos,
entre cadáveres y desolación, semanas antes de que ocurrieran.
Accidentes aéreos, barcos hundidos. Nunca he podido hacer nada para
evitar esas desgracias, nunca he sabido quién cometía los crímenes
o dónde sucedían los desastres ni los accidentes hasta que estos ya
habían ocurrido.
Pero hace dos
semanas tuve otra visión, esta vez no eran sucesos puntuales.
Caminaba por un mundo destruido y arrasado por la muerte donde todos
sus habitantes habían perecido, donde la raza humana se había
extinguido. Supe que toda esa desolación será fruto de una mente
superdotada y enferma, una mente que en apenas treinta años llegará
donde nadie ha llegado antes en el ámbito científico. Esa mente
enferma creerá haberse convertido en Dios y decidirá sobre la vida
y la muerte de millones de personas. Podrá hacerlo. Tendrá el poder
de destruir a la humanidad y lo utilizará.
Esta vez sí que
vi su cara. Sí supe quién lo haría. Era el rostro de mi propio
hijo el que me miraba, a través de la destrucción que él mismo
había causado, sin un atisbo de remordimiento ni de culpa.
¿Qué otra
opción me quedaba sino hacer lo que he hecho? Quien quiera que esté
leyendo esta carta, piense: ¿qué haría si estuviera completamente
seguro de que su hijo será el causante de la extinción de la raza
humana? ¿Seguiría tranquilamente con su vida, como si nada, sabiendo
que estaba en su mano evitarlo? Y sin embargo, ¿podría acabar con
él viendo su hermosa cabecita asomar por encima de la barandilla de
su cuna por las mañanas? ¿Viendo sus ojos todavía inocentes
sonreír cuando le da un beso? ¿Notando la calidez de su cuerpecito
cuando lo abraza? ¿Sería capaz incluso, no ya de matar a su propio
hijo, sino a cualquier bebé de apenas quince meses aún sabiendo
todo lo que yo sé? Y en caso de que fuera capaz de hacerlo, ¿podría
seguir viviendo después?
Lo siento, no me
queda otra opción. Que Dios me perdone.
―Está claro que era
una desequilibrada ―dijo su compañero al ver que había terminado
de leer―, ¿no te parece?
Diana volvió a
mirar al lecho y se dio cuenta de una cosa: tenía ante sí el cuerpo
de una persona cuyos valores morales le habían llevado a
sacrificarse por ellos. Al margen de que fuera cierto o no, murió
creyendo que inmolaba a su hijo y a sí misma por salvar a la raza
humana. Quizá estuviera loca o tal vez no, eso no se sabría jamás,
después de todo existen cosas que no somos capaces de comprender
todavía. Se dio la vuelta para seguir a su compañero fuera de la
habitación pero antes de llegar al umbral de la puerta, siguiendo
un impulso tan repentino como intenso, giró la cabeza nuevamente
hacia los cuerpos:
―Gracias ―murmuró
en un susurro, escuchado únicamente por el aire vacío de vida que
la rodeaba.
Todos los derechos reservados. Queda
prohibida, según las leyes establecidas en esta materia, la reproducción
total o parcial de este relato, en cualquiera de sus formas, gráfica o
audiovisual, sin el permiso previo y por escrito de los propietarios del
copyright.
No hay comentarios:
Publicar un comentario